La Pelu

Si hay algo peor a sentirse fiera y estar solari es no recibir ningún tipo de piropo.
Es usual pasar por una obra construcción y que los trabajadores frenen su actividad para clavar sobre una mina su mirada de “mamita cómo me haces parar la pija” y que exterioricen su pensamiento en todo tipo de guarangadas a pleno grito y silbido. También en los bares habitan seres que gustan de meter mano en el orto de las mujeres y balbucear cosas inentendiblemente indecentes al oído de las damas.
Pasar por afuera de un colegio secundario revoleando el ojete puede despertar la libido de mas de un púber y suscitar comentarios un poco más bajos del tono de los trabajadores pero igual de insinuantes.
Otro tipo de cumplidos los recibimos por algún transeúnte pajero o tachero con ganas de ponerla. Cosas bien guarangas tipo “mamaza por vos mato una ballena a chancletazos”.
Pero lo peor de todo es que, cuando a una no le está pasando nada de esto y nadie por la calle hace subir nuestra autoestima es pagar por los piropos…y pagar una fortuna.

El mejor lugar para hacerlo es la peluquería plagada de viejas de barrio que van a retocarse las canas o de pendejas de escuela que se hacen las manos mientras mastican chicle con la geta abierta. La profesional de turno, que puede ser una mujer vieja que paradójicamente lleva un peinado sobrio y descuidado con mucha tintura encima o bien un homosexal que gusta de escuchar música latina, junto con toda la sarta de depiladoras, manicuras, masajistas y etc son los/as encargados de tirarnos una lluvia de piropos los cuales se incrementan mientras decimos que sí a todas sus caras propuestas.
El pelo de una mujer es la herramienta para el cambio fundamental, revolucionario, radical de su vida. Unos tijeretazos en el flequillo pueden cambiar una visión del mundo y unas mechitas rubias ser el inicio de una nueva era sin depresiones y con mucho levante. Los peluqueros, o bien su versión top, los estilistas, lo saben y juegan con esa psicología.
El ritmo de la piropeada en la peluquería es muy similar al ritmo del cocainómano. Un chifle…subo…al rato decaigo…otro chifle subo…sin otro decaigo, mala onda, malestar…otro chifle subo, soy feliz, hablo…sin otro me voy en picada y así sucesivamente.
Al ingresar te van a bardear por tu pelo horrible y descuidado y como te sentís tan fea vas a acceder a todas sus propuestas. Apenas te laven el cabello ya te van a decir “viste que estas mas joven y fresca” ($15). Luego viene el corte. Mientras avanza el desmechado para que nuestra cabellera tenga más movimiento y sea más liviana nos van a decir “mira que lindo que está quedando, estás divina” ($45). Después te van a persuadir con que en realidad tenes el pelo un poco quemado, que lo ideal sería realizar un encerado para dar brillo y quitar frizz y opacidades ($80). Si decís que no la piropeada decae, si decís que si empiezan los “después de esto vas a quedar mas estupenda que nunca, nadie podrá dejar de mirar tu luz”. Te comes cuarenta minutos mas en ese lugar con la cabeza debajo de un tubo que larga calor, rodeada de viejas con ruleros hablando de sus hijos y sus yernos y alentándote y diciéndote que estas quedando preciosa. Una vez que termina el encerado el problema pasa a ser el color. Que se te notan las raíces, que se ven un par de canas…si elegís teñirte con alguno de los productos de “Pichinina” nadie se olvidara de vos ($100).
Pero no todo termina y el broche de oro lo tiene el brushing…ni da salir a la calle con el pelo mojado porque parecemos ovnis ($50).
Mientras abonas el la caja por los piropos mas caros del mundo, todo el staff se despide de vos con un torbellino de silbidos y frases de revista de moda que te suben el ánimo a pleno y te vas sintiéndote una diva glamorosa.
Pero seguramente, por más que la seguridad te acompañe, en la calle nadie se percatará de tu gran cambio, tu ex seguirá sin mirarte, y el jopo horrible que esa vieja chota te hizo con su cepillo redondo te hace parecer una ridícula maniática mas que a una top model. Lo usual es llegar a casa llorando, maldiciendo por haber gastado tanto y manoteando la tijera para retocar el desastre que nos hicieron en la cabeza.